Textos, crónicas, su poesía y otros asuntos

Textos

Relatos Fascistas

 

** Mala memoria

Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta.
Paul Joseph Goebbels

La pregunta me dejó aturdido.
-¿Entonces no te acuerdas de ese día?
– Mi muerte nunca me ha preocupado. Sólo veo bultos disparando contra nosotros desde un puente. Nada más.

** Vacaciones

Nosotros estamos contra la vida cómoda.
Benito Muss olini

El hombre agitaba las manos. Recibía papelitos. Se secaba el sudor. Sonreía y ponía cara de tragedia a la vez. A su lado, en la misma pantalla -en otro cuadro- la multitud era atacada por un grupo de pistoleros. Entonces apagó el televisor y se acostó a dormir:
-Esa parte de la película la he visto varias veces. Mañana trataré de ensayar de nuevo el momento en que se cuentan los muertos. Así, también doy tiempo a que me preparen el avión a ver si fuera del país las vacaciones son más placenteras.

** La caída

Miras abajo porque sientes que todo lo que sientes va a acabarse.
Joaquín Pérez Azaústre

1.-
Abrió los ojos para percatarse de que estaba vivo. El día comenzó a revelársele en el sol que le hincaba los pies. «La ventana es la vitrina de la realidad. Estoy aquí para mucho y para nada». Entonces, entre el balbuceo del amanecer, Ferrer intentó levantarse de la cama, como si estuviese fundando el universo. El esfuerzo se hizo máscara en la ya abotagada pesadumbre de quien sabe que debe salir a la calle y enfrentar la rutina.
La noche anterior fue de cervezas, de manoseos a la fichera de siempre y hasta de ahogos filosóficos con un profesor atrapado entre la jubilación y el deseo de abandonar el país en vista de los sucesos últimos ocurridos en la capital. «Mi querido amigo, ya esto que vemos no es un país. Es una suerte de cueva de parásitos, enemigos de la República de Platón y saqueadores del espíritu de las leyes. Aquí no queda nada que hacer, ya otros se encargaron de quitarnos hasta el discurso. Somos los sobrados de un rumiante».
Ferrer lo oía con la mirada extraviada, mientras sus dedos acariciaban la liga de las medias de la damisela. Una erección repentina le hizo retirar la mano de la pierna y hacerse el desentendido. Mientras tanto, el profesor ya había paseado su lástima por los campos de Albert Camus: «La piedra de Sísifo», la majadería de la patria, no joda, cargar con las heces del pasado y con el vómito del presente».
-¿No cree usted, mi querido Jean Paul, que no nos queda otro camino que el silencio? La filosofía no tumba gobierno.
-Usted siempre tan buzo en la orilla. Este país necesita de mucha filosofía para sacarlo del pantano. Hobbes siempre tendrá razón. Los colmillos de nuestra licantropía no dejarán rastros de nada. Usted verá, mi querido doctor.
2.-
De la conversación, un sabor metálico en la lengua. De la mujer, una sonrisa congelada luego de sentir que el deseo abría la puerta a un orgasmo compartido. De Jean Paul, la costumbre de ponerle nombre ajeno a la gente. Este tipo es más arrecho que «El ser y la nada». De la noche, el malestar frente a la poceta, mientras el chorro termina de despertarlo.
-¡Coño, qué vida!
El espejo reproduce las ojeras, el pelo alborotado, las arrugas de los recién cumplidos cincuenta años. Con la rapidez de costumbre se ató la corbata para las primeras consultas de la mañana. Se calzó los zapatos y echó un vistazo –jamás abandona este ejercicio- a todo el apartamento, como si buscara el escondite de quien le daría el último golpe o un adiós esperado.
Atendió a los pacientes de su consulta privada. A mediodía despidió a la secretaria y se echó un rato en la cómoda silla, mientras le daba vueltas a la conversación:
-Sísifo, qué tipo más porfiado. Estos griegos… los de hoy sólo conservan los juegos olímpicos, las ruinas de la gloria, las piedras del Partenón.
3.-
-El profesor fue enterrado ayer-, le confesó la mujer.
-¿Qué pasó?-, inquirió Ferrer sorprendido.
-Nada, se pegó un tiro.
-»El ser y la nada».
-¿Cómo?
-Nada, se trata de un problema filosófico…el país lo jodió.
-Pero la última vez que hablamos no mostró depresión ni nada.
-Eso crees tú.
Levantó el vaso de cerveza y se hundió en el silencio. La música recorría el espacio sin compasión alguna. La mujer, fastidiada por la falta de interés de Ferrer, se levantó y desapareció del lugar.
Colocó el dinero sobre la mesa húmeda y salió del local. La calle, tensa por el ruido de los vehículos, se abrió entera a su respiración. Ferrer caminó hasta donde estaba el vehículo. Arrancó y se internó en la cola de quienes huían de la avenida hacia sus pantuflas, soledades o amarguras.
Abrió la puerta de la casa. Encendió la luz y se quitó el saco. Un sobre le llamó la atención. Lo abrió y leyó: «Sísifo nos repite en este camino. Siempre caemos, querido doctor. Nadie sale ileso de una conversación». El nombre del profesor jubilado debajo del texto. Un ligero temblor lo invadió. Corrió a la cocina y tomó agua directamente de la botella. Se recostó de la nevera y respiró hondo. «¡Sísifo, qué vaina!».
Se retiró al recibo y encendió el televisor. La voz de la locutora se dejó escuchar con marcado énfasis. La noticia del suicidio del profesor ocupaba un espacio muy pequeño. El viejo vídeo de una de sus declaraciones impactó a Ferrer. Apagó el aparato y cerró los ojos.
La ciudad entraba por la ventana como un reptil cansado. El sueño lo invadió. En lo más hondo de las sombras, un hombre desnudo empuja una piedra contra un espejo.
A pesar de todo, seguía vivo

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